Voy a salir de mí un momento. Un solo instante.

Nadie se dará cuenta. Cerraré los ojos y todo lo que soy se evaporará sobre el aire como una mínima vena de oxígeno acabado.

Mis fantasías, mi derroche, mis ganas de vivir, mi sexo, el olor de mi cuerpo, mis sueños, el temblor de mis labios, el crujido de mi piel cuando se levanta, mis gemidos, mis recuerdos, todo, todo deshaciéndose sobre el aire.

Nadie podrá advertirlo aunque me miren.
Ni siquiera aunque me miren fijamente a los ojos.
Ni aunque pudieran detener el tiempo como en una foto y captar ese instante advertiría nadie que me he ido.
Nadie.
Parece imposible, pero no lo es.
Uno, cualquiera, puede salir y entrar de sí mismo a su antojo.

Y así cuando algo duele, o te da rabia, o miedo, te vas.
Esperas el tiempo suficiente para que algo cambie.
Puede ser un segundo, un pequeño haz de luz, el movimiento de la respiración al subir, o al bajar, o una mota de polvo que se haya fijado sobre algún rincón de tu cuerpo, y entonces, cuando vuelves ya no te sientes igual que antes.

Puede seguir habiendo un dolor, o un temor, o lo que sea, pero algo ya ha cambiado. Ya es distinto.
Y con eso es suficiente.
Luego todo el trabajo consiste en olvidar aquella persona que fuiste.
Y nada más. Por lo demás no es algo difícil.

O no debería serlo. Porque digo yo que si nadie es capaz de verme cuando estoy dentro …


¿quién podría notar que estoy fuera de mí?